(…) Él amaba la tierra sin tomar en cuenta los alambrados. Era una sola y ancha y fecunda tierra y bastaba con subirse al techo de la casa para mirarla a la puesta del sol, por ejemplo, y darse cuenta que le pertenecía a cada uno hasta donde alcanzaba la vista, y aun mas allá hasta donde daba el mundo, con un hambre y una propiedad distinta que no reconocían mas cercos o alambrados que los que fijara uno en su corazón.
“Mi madre andaba en la luz” Haroldo Conti.